
Un torero de arte en un país donde el cine se estaba consolidando, el fútbol era un deporte sin explotar al nivel actual y la muchedumbre aclamaba a los maestros taurinos como auténticos semidioses. La España de 1932 y un suceso de antología.
Joaquín Rodríguez Ortega –Cagancho-, un primer espada del barrio de Triana era invitado al cartel que inauguraba el remodelado coliseo de Almagro. La localidad de Ciudad Real estaba orgullosa de contar esa tarde con una figura de la talla del matador sevillano para celebrar las obras de restauración llevadas a cabo en el histórico templo de 1845. Las poblaciones de alrededor quisieron unirse a la fiesta. Los trenes se cargaron de pasajeros a tal nivel que cuentan como se cayeron personas con la locomotora en marcha porque todos los vagones iban a reventar. La jornada se presumía histórica, y lo fue.
Cagancho venía tarde con su cuadrilla y al parecer por cuestiones referentes a la pereza, más que a cualquier otro fenómeno. La plaza de toros estaba embotellada hasta no caber un alfiler. La corrida tenía fijada su comienzo para las 18 horas, pero a esas manijas estaba Cagancho entrando en Almagro, así que el paseíllo se retrasó casi 30 minutos. Tiempo más que suficiente para que entrase en aparición la rumorología más machacona, unida a las especulaciones inverosímiles sobre el retraso. El nerviosismo se apoderó del gentío, que venía de una larga jornada de expectación. La mecha estaba encendida y la masa podía tirar hacia un lado u otro, dependiendo de la actuación del diestro.

Cagancho, la estrella absoluta, tenía asignado el tercer y sexto toro de la tarde. Pues bien, el maestro pinchó tanto a la primera bestia que la guardia civil decidió cargar tímidamente contra el público asistente, previendo lo que se les venía encima. Se estaba acercando la monumental, porque Cagancho había huido a barrera tras fracasar, teniendo que darle muerte al animal desangrado uno de los toreros de menor categoría que compartían cartel con él. Todavía quedaba lo peor, ¿como lidiaría el gitano de Triana el siguiente bóvido? Iba a ser complicado cambiar el contundente veredicto de los furibundos espectadores. Antes de esto, la espera se rumiaba con una voz que corría confusa entre el público; un ruido vago, sordo y continuado proclamaba que Cagancho se acababa de marchar de la plaza. Exaltadas voces declaraban al viento: “Ojalá por su salud no sea verdad” Únicamente había que esperar para la confirmación al final de la corrida, y el profesional del toreo lo corroboró, no saliendo a torear la sexta res. Una espantá de campeonato.
La multitud explotó con actitud desacerbada, se saltó al albero, tomó las calles del pueblo, incendió la plaza de toros y clamaron vendetta, destrozando todo lo que tenían a su paso. Querían un trofeo: la cabeza de Cagancho. Para salvar la vida, el lidiador junto a sus banderilleros y picadores permaneció en el salón de plenos del ayuntamiento de Almagro, custodiado por la benemérita durante dos días.
Desde entonces cada vez que alguien queda fatal delante de otras personas se dice “como Cagancho en Almagro”.