martes, 10 de marzo de 2009

anoche soñé contigo



Ibas acompañada de un yegua, mujer bella de cuerpo primoroso y lascivo. También tenías un caballo al otro lado, hombre muy excelente, un Apolo. Ambos se parecían inevitablemente a dos amigos que encontré hoy durante la mañana.
Y tú, ahí en medio, hermosa joven desnuda, con portentosas alas, apunto de surcar el cielo de manera ascendente. Pareces un emisario divino, que en mitad de maratón vas a entregar información en algún punto distante al de partida. Eres un ángel profusamente sexuado. Tu risa infantil, ¡no! tan natural, zambulle de ti igual que el champagne al abrir una agitada botella de Moët Chandon. Te fascina el poder del sexo; eres como una adolescente que acaba de conocerlo. No puedes evitar contar intensas experiencias sexuales, que siempre resultan muy poéticas.

Le atas (a la yegua) las correas que le aprietan el vientre y, aún más, la que pasa entre sus muslos. Finalmente, le acaricias el trasero, le palpas el vientre y, por fin, le das con la fusta. Ella da un relincho como un quejido. El Caballo sólo mira, expectante. La yegua se acerca, rodeándome con lozanía, insinuosa, mostrando bastante vicio. De repente se echa sobre mí y comienza a devorarme dulcemente.

Me quedo congelado. Siento como la sangre deserta de mis venas gota a gota e intento cogerla con mis manos y no encuentro mis manos, tampoco noto ya mi sexo, y sin embargo estoy excitado hasta navegar por una inerte compensación emocional.
Reviso los portentosos muslos de la bestia porque mi objetivo mental es llegar a ellos, para así rozarlos con mis labios. ¡Cuánta espera!, ¡qué gozo tan extremo!, drogado por el placer de verte mientras tu animal saca todo lo que llevo dentro.
La sensación es pareja al efecto de psicofármacos mezclados con abundante alcohol, ante el sueño desnutrido de una larga noche festiva; ¡Basta de éxtasis! ¡No puedo más!

La yegua se retira, el caballo sigue atento y mi fémina alada toma las riendas del comer antropófago para terminar la faena. Lame y llora. Es maravillosamente anestésico, por segundos pienso que voy a quedarme dormido o perder toda conciencia llegando al desmayo, pero cuando me quiero dar cuenta ya la tengo encima, flexionando las rodillas hasta encajar una pose imposible. Los ritmos desembarcan en la absoluta extenuación. Apenas estoy unido con un hilo a este mundo. La vida se me va gustosa en un último suspiro, luego no alcanzo ni a contar: seis, siete, ocho... ocho y medio... Es mi particular Claudia mediterránea, un animal sexual más allá de lo Felliniano.



“Tú lo eres todo… You are everything. You are the first woman of the first day on the Earth... You are Eve... You are mother... sister... Eres la amante, lo femenino... Eres un ángel… Y el Demonio… La Tierra, la casa…”
[La Dolce Vita]

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